domingo, 27 de junio de 2010

Personas queridas que merecen sentir el ardor del patriotismo

Hace bien poco ha sido el cumpleaños de una persona bien querida, que es mi abuela y siento que este es uno de estos años en los que aún estando contenta con lo recibido, no le he dado todo lo que le podía dar de mí.

No se trata de una lamentación por un nuevo frenazo en mis aspiraciones de acabar la carrera, al fin y al cabo, aún siendo un tema que desespera por desgracia a más de los debidos, mi día a día es algo más que eso.

Y durante los dos últimos años llevo sintiendo que las circunstancias me han impedido ser yo mismo, por un poder que yo mismo les he otorgado, sea por no encontrarme con fuerzas, sea por no saber navegar hacia aguas más tranquilas o sea por preocuparme por cosas que pueden llegar a suceder (o no) y temer no resistir poco después de los golpes que realmente han llegado...y al fin y al cabo aquí estoy, y todavía puedo hasta presumir que no me han salido canas...o si han salido no las veo.

Es por ello que a nadie mejor que a ella le puedo dedicar una entrada como esta, porque al fin y al cabo durante demasiados años ha sido la que me ha sostenido. Quizá no sea el pilar más apropiado, ni sepa como distribuir ya sus menguadas fuerzas, pero es evidente que a estas alturas ha pagado ya con creces todo lo que me pudiera deber como pariente, como abuela, como madre...si es que alguna vez me debió algo.

Y por ello quiero dedicarle algo muy personal, una parte de mi que sin ser perfecta ha hecho pasar algún que otro rato agradable a otros seres también muy queridos, porque aunque la conoce perfectamente nunca ha estado enfocada a algo que compartiésemos.

Así que por ello, desde aquí te dedico parte de este poema sobre un personaje de tu tierra, Burgos, cuyo acento de allí no has perdido tras los más de 30 años aquí vividos, personaje del que tenemos dos figuras aquí en casa, y personaje que me fascina por lo que es y porque lo vives de una forma muy parecida a la que yo vivo otras tantas cosas que por más que intentas comprenderlas, te seguirá costando trabajo.

Ya entra el Cid Ruy Díaz por Burgos;

sesenta pendones le acompañan.

Hombres y mujeres salen a verlo,

los burgaleses y burgalesas se asoman a las ventanas:

todos afligidos y llorosos.

De todas las bocas sale el mismo lamento:

¡Oh Dios, qué buen vasallo si tuviese buen Señor!


1 comentarios:

Elessar dijo...

Y la de veces que hemos disfrutado esta peli desde que era chico... :`(